El día domingo es por excelencia el ideal para todas las competiciones automovilísticas, pero en esta oportunidad no se trataba de escuderías que invierten millones de dólares, ni de autos que alcanzan altas velocidades. Esta ocasión la pista, que los demás días no es otra que la avenida Flandes, se vio colmada por niños y niñas que a través del piolín impulsaban la creatividad y el duro trabajo que toda la familia puso en construir cada uno de los más de 350 autos que participaron.

Desde muy temprano pilotos y mecánicos se iban acercando a retirar las creaciones, que desde el día anterior aguardaban en el parque cerrado, y así hacer los últimos ajustes, pruebas y reconocer el trazado, para luego, colocarse según su numeración detrás de la línea de partida y aguardar que suene el silbato y la bandera que indicaba, cada 20 segundos, la largada con todo el entusiasmo de cada piloto, con su auto y su mecánico.

A poco más de las diez y media de la mañana largaron los competidores de la primer categoría, que por ser los de menor edad fueron los que abrieron la jornada corriendo 180 metros por la avenida, donde a la vera se encontraban familiares e hinchada que aplaudían y alentaban a cada uno de los que por allí pasaban. A medida que avanzan las edades aumentaba la distancia, pasando así por los que tenían  que completar 550 metros y finalmente los de más experiencia recorrían 800 metros.

La jornada estuvo dividida en dos etapas y una vez finalizada la segunda, ya cerca de las 17 horas, se dispusieron todos a la espera de la tan ansiada entrega de los resultados, ya que cada a cada participante se le cronometraba la vuelta. Hubo entrega de premios especiales, para los más originales, los mejores presentados y los ganadores de cada categoría, pero todos, absolutamente todos se llevaron un premio a su casa, además de la satisfacción de haber compartido un día en familia, amistad y compañerismo.